Mi primer guión [con Owen Wilson y Jennifer Love Hewitt].

Tres diputados viajan al extranjero para una cumbre de esas cualesquiera. Aparecen en las afueras de las capital del país de destino calcinados y baleados dentro del vehículo oficial con todo y chofer. La policía local utiliza tecnología de punta (GPS) para ubicar a los responsables y los detienen dos días después; resultan ser miembros del cuerpo policial de ese mismo país.

Entre los arrestados se encuentra el jefe de la sección del Crimen Organizado de la Dirección de Investigación Criminal. Es un escándalo internacional. Los detenidos confiesan que son los autores materiales y dicen que están dispuestos a negociar para dar a conocer quién(es) es(son) el(los) autor(es) intelectual(es) de la masacre.

Tres días más tarde (cinco después del asesinato de los legisladores) los cuatro polícias acusados, recluidos en una prisón de máxima seguridad, son asesinados en circunstancias borrosas. La prensa juega con dos vertientes: Un comando paramilitar armado entró en la cárcel, amenazó a los guardias de seguridad y degolló y tiroteó a los reclusos. La otra versión dice que hubo un amotinamiento en el recinto y que los demás presos acabaron con la vida de los cuatro agentes.

Arrestan a todo el personal de la penitenciería, se entrega un quinto policía vinculado a la muerte de los diputados, dice que es inocente. Un mes después renuncia el Ministro de Interior, acusado de negligencia y un año más tarde uno de los fiscales encargados de las investigaciones aparece abatido a balazos en su vehículo.

Ahí comienza la película. Es retrospectiva. Un éxito de taquilla. Está basada en hechos reales, mejor dicho, es absolutamente fiel a la realidad. Pasa en Guatemala entre febrero 2007 y hoy. Toma nota, Scorsese.

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