Dependiendo del público al que esté orientado, será el mismo. Si es para mayorcitos, en el cristal que da a la calle debe poner “Tapas y Cañas” o “Cañas y Tapas” en letra marrón y con algún diseño que dé la impresión de ser antiguo, estará decorado con objetos taurinos, una barra con exhibidor lleno de bandejitas con comida, banquitos giratorios, una máquina expendedora de cigarros, mucho humo y lo atiende un señor de cara ancestral que te trata como si la vida lo golpeó duro en su juventud y tú tuviste algo que ver. Te dan frutos secos y/o algún snack por la compra de cierto número de cañas [vasos de cerveza] y cierran temprano por lo general.
En los que se espera un público más joven la cosa mejora un poco: No hay banquitos giratorios, ponen música (rock ochentero español del que se baila así [¿entienden? como si estuvieras cansado de estar contento]), mucho humo y no hay frutos secos ni snack. El lugar nunca debe medir más de 30 metros cuadrados, de lo contrario pierde buena parte del encanto y mientrás más gente hay, “mola más“. Lo típico es visitar 3 ó 4 la misma noche, priorizando los que regalan “chupitos” [shots de jugo] para motivarte a entrar.
Hablando de motivación, es notable el hecho de que cuando vas por las zonas de bares te sale un tipo [usualmente Argentino o Español] diciendo: “Pasen a ——–, chupitos gratis, abierto hasta las 6“, y si le preguntas: “¿Qué tipo de música ponen?” te responde con una sobreactuación de diputado Dominicano: “De todo: Pachanga, Latina, Rock, Electrónica…“. Terminas entrando, y al ver que luego de 25 minutos y dos vodkas-naranja no pasan de Extremoduro, Barricada, Loquillo, El Canto del Loco, Nacha Pop y Los Suaves, decides probar suerte en otra parte, con los mismos resultados.
Me quedo en Malasaña 11, Molly Malone’s.