Un Mundo {FELIZ}.

Hace un montón de tiempo leí un librito titulado Amusing Ourselves to Death: Public Discourse in the Age of Show Business, cuya tesis central es que en la era del entretenimiento y con la masificación de la TV, todo pasó a ser un espectáculo, un show, un performance. Somos adictos a lo entretenido, y el constante e inmenso flujo de información que nos entra por los ojos y oídos supera con creces nuestra capacidad para procesarlo.

En la actualidad, el internet y los dispositivos móviles sirven de canal, y a la vez de origen, a esa infinidad de memes, videos, pifias, bromas, productos, promesas, ideas, proezas, tuits, bailecitos y frases cliché. Vivimos en un continuo descubrir personajes, situaciones, hechos y eventos irrelevantes e innecesarios, con cada vez menos tiempo para digerir las sutilezas y apreciar las texturas del sujeto o de lo acontecido. En medio de ese apoteósico devenir aún se cuelan y perciben pequeñas partículas cotidianas de paz mental e introspección, cada vez menos frecuentes.

Si bien el libro hace referencia a la transformación del discurso público en un producto mercadeable, la democratización del acceso a contribuir a este disurso trajo consigo una realidad mucho más compleja y aterradora. En la actualidad el principal ingrediente de la soma que nos aturde es generada por el colectivo del que formamos parte. Esta droga la consumimos voluntariamente, a la vez que brindamos a quienes la sintetizan los medios para monitorear cada especto de nuestra existencia y así crear más espacios en los que generar más y más materia prima. Esta simbiosis se erige como una espiral vertiginosa con consecuencias que escapan mi entendimiento.

Así somos felices, buscando likes, retuits y comentarios. Valorando nuestro bienestar en función de la aceptación por parte de una infinidad de desconocidos que nos “siguen” y son nuestros “amigos”. La búsqueda de reconocimiento se ha convertido en algo tan trivial que Fukuyama debe tener pesadillas todas las noches. El Gran Hermano, que no es ya una entidad veritcal y monolítica de carácter estatal, si no una serie de entidades privadas de corte capitalista (por lo que podríamos hablar de los Grandes Hermanos), garantiza una “felicidiad” permanente e ininterrumpida, pero artificial y endeble.

Este Mundo {FELIZ} en que vivimos es una realidad orwelliana con la opresión y el autoritarismo explícitos siendo sustituidos por dosis minúsculas pero continuas de estímulos fugaces que asociamos con bienestar. Los engranajes de esta maquinaria funcionan tan bien, que nosotros mismos somos los generadores de la mayor parte de esos estímulos, para consumo de nuestros iguales.

Nuzz

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