El descenso […] a un abismo de locura continúa.
-BBC Mundo
Constantes latidos de los vasos sanguíneos, el cerebro diciéndole al corazón que bombee, manteniendo la homeostasis fisiológica y psicológica, en cada momento, a cada instante, siempre, hasta el final. Estar a solas en ese cuarto obscuro, una, dos, diez, mil veces por día y traer el sufrimiento a primer plano, ante todos, entre todos, sobretodo. Maquillar ese sufrimiento con canciones, con poesía, cuerpos y libros.
Recorrer las formas, los momentos, las caras, las palabras, las promesas, los detalles de ese cadavérico vínculo que no respira hace tiempo, que es un fantasma perenne, putrefacto cóctel de errores, cambios de dirección y decisiones mal tomadas [o tomadas a destiempo?] hace ya como mil años.
Luchando de la mano y contra el resurgir de los sentimientos, manteniéndolos a raya, para que no salgan, o al menos sólo se vean en algún post o tuit, en un mirar por la ventana del autobús, en una canción que no será jamás cantada al unísono. Es la madre de todas las luchas internas, compuesta por innumerables guerrillas diarias que se pierden o se ganan, se notan o no, presentes o no.
Es una endemoniada insurrección financiada por el pasado, que intenta derrocarme de mis cabales, pero que está convencida de que no tiene salida, de que no hay victoria posible para la insurgencia de la memoria. Aun no hay tregua, solo un cese temporal del fuego para llevar a cabo conversaciones de paz con mi subconsciente. Y mis términos son innegociables… ¿quién es el insurrecto aquí?